martes, 2 de octubre de 2012

Con el agua al cuello

El cuento de nunca acabar, eso es lo que es.

Ya no sé hacia dónde mirar o cuál debería ser el siguiente paso. Sufro en parte bloqueo emocional y en parte bloqueo mental. Me atasco. Me quedo en blanco mirando la pantalla del ordenador y, de repente, me sorprendo a mí misma con la mirada perdida en un despacho, a menudo sola, y no tengo fuerzas ni ganas de seguir trabajando. En ti tampoco, puta tesis. Maldita la hora y el día en que decidí que mi vida sería mejor contigo. Ya no tengo argumentos que soporten la idea de que eres buena. No sé qué habrá después tan bueno que compense todo esto. Pero lo más frustrante es que todo el mundo confíe en que sea capaz de sacar todo adelante cueste lo que cueste. Llevo toda la vida empeñándome en no ser un ser humano corriente para que al final todos piensen indebidamente que realmente no lo soy. ¡Qué contradicción!

Con lo que seguro que no puedo es con la injusticia, con aquellas personas que ejercen su derecho por fuerza, incluso si tal derecho no existe. Lo peor: encontrarte de frente con un monstruo mucho más grande que tú que sabes que es inmortal. Huir se antoja difícil, vaya que sí; vencer no es una opción (que es inmortal, coño!). Así que tratas de buscar la mejor estrategia para abordarlo, sencillamente porque te niegas a aceptar que todo esté perdido. Pero el hecho cierto es que lo está, y lo único que haces es volverte loca buscando una solución inexistente. Una vez me dijo un profesor (no muy sabio, de hecho de moral bastante laxa, pero vaya si me ha servido…) que no puedo buscar un gato negro en una habitación a oscuras… si no hay gato. Y pienso que quizás sea eso lo que haga: forzar demasiado para buscar una solución que no existe, para encontrar la aguja en el pajar que me salve. Todo para no aceptar que no tengo salida, que soy una vieja tuerca más en la oxidada maquinaria de la universidad, que pese a mi valía como individuo, no dejo de ser perfectamente prescindible y nadie sentiría reparos en apartarme a patadas si hiciera falta para poner el decadente nombre de sus amigos en el trabajo ajeno.

¡Pero qué pequeña se vuelve la gente ante la inseguridad y el miedo! ¡Cuánto patito feo de verdad que trata de estancar a los cisnes del grupo! Lo peor es que a menudo esos patitos feos vienen cargados con escopetas y atacan en grupo al individuo aislado.

Si quedaba algo de fe, se fue; si aún quería seguir, ya no; si había alguna posibilidad, se esfumó. Qué vamos a hacerle. ¿Sólo queda la venganza?

1 comentario:

  1. La venganza es un plato que se toma frio, a sorbitos pequeños, con una cucharita de esas que te ponen delante del plato en restaurantes de gran prestigio, en los que despues de contar el número de platos, café y postre todavía quedan cuatro cucharillas, si, si, esa, la que está mas lejos, la que no tienes claro si es un cubierto o una miga.

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